De las 2 a las 3 de la tarde

Tercera hora de agonía en la cruz. La Muerte de Jesús.


La quinta palabra:
« ¡Tengo Sed! ».

Jesús mío, crucificado y moribundo, abrazado a tu cruz, siento el fuego que devora toda tu divina persona; tu Corazón late con tanta violencia que levantándote las costillas te atormenta de un modo tan desgarrador y horrible, que toda tu santísima humanidad sufre una transformación tal que te deja irreconocible. El amor que arde en tu Corazón te seca y te quema totalmente, y tú, no pudiendo contenerlo, sientes la fuerza de su tormento; no solamente de la sed corporal, por haber derramado toda tu sangre, sino mucho más todavía de la sed ardiente que tienes por la salud de nuestras almas. Y tú quisieras bebernos a todos cual si fuéramos agua, para ponernos a salvo dentro de ti. Por eso, reuniendo tus fuerzas ya demasiado debilitadas, gritas:

« ¡Tengo Sed! ».

¡Ah!, esta palabra se la repites a cada corazón:

« Tengo sed de tu voluntad, de tus afectos, de tus deseos, de tu amor; no podrías darme un agua más fresca que tu alma. ¡Ah, no dejes que me consuma! Tengo sed ardiente y no solamente siento que se me quema la lengua y la garganta, al grado que ya no puedo ni decir una palabra, sino que también siento que mi Corazón se seca junto con todas mis entrañas. ¡Piedad de mi sed, piedad! ».

Y como delirando por la ardiente sed que te devora, te abandonas a la Voluntad del Padre. ¡Ah!, mi corazón ya no puede vivir viendo la impiedad de tus enemigos, que en vez de darte agua, te dan hiel y vinagre y tú no los rehúsas. ¡Ah!, ya entiendo, es la hiel de tantas culpas y el vinagre de las pasiones que no hemos domado, lo que quieren darte y que en vez de satisfacer tu sed hacen que aumente. ¡Oh Jesús mío!, aquí está mi corazón, mis pensamientos, mis afectos, aquí está todo mi ser para que calmes tu sed y para darle alivio a tu boca quemada y amargada. Todo lo que tengo, todo lo que soy, es para ti, ¡oh Jesús mío! Si fueran necesarias mis penas para poder salvar aunque fuera una sola alma, aquí me tienes: estoy dispuesto a sufrirlo todo; me ofrezco totalmente a ti: haz de mí lo que a ti más te agrade.

Quiero reparar el dolor que tú sufres por todas las almas que se pierden y la pena que te dan aquellas que, cuando permites que las tristezas o los abandonos las toquen, ellas, en vez de ofrecerte todo para aplacar la sed devoradora que te consume, se abandonan a sí mismas, haciéndote sufrir aún más.

 

La sexta palabra:
« ¡Todo está Consumado! ».

Moribundo Bien mío, el mar inacabable de tus penas, el fuego que te consume y más que nada la Voluntad Suprema del Padre, que quiere que tú mueras, no nos dejan esperanza alguna de que tú puedas seguir viviendo. Y yo, ¿cómo voy a poder vivir sin ti? Te faltan las fuerzas, los ojos se te apagan, tu rostro santísimo se transforma y se cubre de una palidez mortal, tu boca entreabierta, tu respiración es afanosa e interrumpida, todo nos dice que ya no hay esperanzas de que tú te puedas reanimar. Al fuego que te abrasa lo substituye un frío mortal y un sudor helado que te baña la frente. Los músculos y los nervios se contraen cada vez más por la atrocidad de los dolores, tus llagas se siguen haciendo más grandes por las heridas que los clavos siguen abriendo, y yo tiemblo y me siento morir.

Te miro, oh Bien mío, y veo que de tus ojos descienden las últimas lágrimas, mensajeras de tu cercana muerte, mientras que fatigosamente haces oír todavía otra palabra:

« ¡Todo está Consumado! ».

¡Oh Jesús mío!, ya has agotado todo y ya no te queda nada más; el amor ha llegado a su término. Y yo, ¿me he consumido totalmente por amor a ti? ¡Cuál no debería ser mi gratitud hacia ti! ¡Oh Jesús mío!, quiero reparar por todos, reparar por las faltas de correspondencia a tu amor y consolarte por todas las afrentas que recibes de parte de las criaturas mientras te estás consumiendo en la cruz.

 

La séptima palabra:
« ¡Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu! ».

Jesús mío, Crucificado agonizante, ya estás a punto de dar el último respiro de tu vida mortal. Tu santísima humanidad ya está toda rígida; tu Corazón parece que ya no late.

¡Oh Jesús!, junto con la Magdalena me abrazo a tus pies y si me fuera posible quisiera dar mi vida para reanimar la tuya.

Mientras tanto, ¡oh Jesús!, me doy cuenta de que vuelves a abrir tus ojos moribundos y miras alrededor de la cruz, como si quisieras despedirte de todos por última vez; miras a tu Madre agonizante que ya no puede ni siquiera moverse ni hablar a causa de las tremendas penas que está sufriendo y dices:

« ¡Madre mía, adiós, yo me voy, pero te tendré en mi Corazón, y tú, cuida a nuestros hijos! ».

Miras a la Magdalena deshecha en lágrimas, a tu fiel Juan y con tu mirada les dices:

« ¡Adiós! ».

Miras con amor a tus mismos enemigos y con tu mirada les dices:

« Los perdono a todos y les doy el beso de la paz ».

Nada escapa a tu mirada; te despides de todos y a todos perdonas. Y después, reuniendo todas tus fuerzas, con voz potente y sonora, gritas:

« ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! ».

E inclinando la cabeza, expiras.

 

La Muerte de Jesús

Jesús mío, este grito hace que toda la naturaleza trastornada llore tu muerte, la muerte de su Creador. La tierra tiembla fuertemente y con su vibración parece que llora y que quiere sacudir el ánimo de todos para que te reconozcan como verdadero Dios. El velo del Templo se rasga; los muertos resucitan; el sol que hasta ahora ha estado llorando por tus penas, horrorizado, retira su luz. Tus mismos enemigos, al oír este grito, caen de rodillas y golpeándose el pecho dicen:

« Verdaderamente éste es el Hijo de Dios ».

Y tu Madre, petrificada y moribunda, sufre penas mucho más crueles que la misma muerte.

Muerto Jesús mío, con este grito también a nosotros nos has puesto en las manos del Padre para que no nos rechace. Por eso has gritado fuertemente y no solamente con tu voz, sino con la voz de todas tus penas y con la voz de tu sangre:

« ¡Padre en tus manos pongo mi espíritu y a todas las almas! ».

Jesús mío, también yo me abandono en ti; dame la gracia de morir totalmente en tu amor y en tu Voluntad; te suplico que jamás vayas a permitir, ni en la vida ni en la muerte, que yo me aparte de tu Santísima Voluntad.

Quiero reparar por todos aquellos que no se abandonan perfectamente a la Voluntad de Dios y así pierden o, cuando menos, reducen el precioso fruto de la redención. ¿Cuál no será el dolor de tu Corazón, ¡oh Jesús mío!, al ver a tantas criaturas que huyen de tus brazos y se abandonan a sí mismas? ¡Oh Jesús mío, piedad para todos!

Beso tu cabeza coronada de espinas y te pido perdón por tantos pensamientos de soberbia, de ambición o de propia estima; te prometo que cada vez que me venga un pensamiento que no sea totalmente para ti, ¡oh Jesús!, o que me encuentre en ocasión de ofenderte, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

¡Oh Jesús!, beso tus hermosísimos ojos bañados todavía por las lágrimas y cubiertos de coágulos de sangre; te pido perdón por todas las veces que te he ofendido con miradas inmodestas y malas; te prometo que cada vez que mis ojos se sientan impulsados a mirar las cosas de la tierra gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

¡Oh Jesús mío!, beso tus sacratísimos oídos ensordecidos hasta el último momento por los insultos y las horribles blasfemias y te pido perdón por todas las veces que he escuchado o he hecho escuchar conversaciones que nos alejan de ti y por todas las malas conversaciones de las criaturas; te prometo que cada vez que me encuentre en la ocasión de oír algo que no me conviene, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

¡Oh Jesús mío!, beso tu rostro santísimo, pálido, lívido y ensangrentado; te pido perdón por todos los desprecios, los insultos y las afrentas que has recibido de parte de nosotros, vilísimas criaturas, con nuestros pecados; te prometo que cada vez que me venga la tentación de no darte toda la gloria, el amor y la adoración que debo darte, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

¡Oh Jesús mío!, beso tu santísima boca ardiente y amargada; te pido perdón por todas las veces que te he ofendido con malas conversaciones y por cuantas veces he cooperado en amargarte y en acrecentar tu sed; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de decir cualquier cosa que pudiera ofenderte, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

¡Oh Jesús!, beso tu cuello santísimo; en él veo todavía las señales de las cadenas y de las sogas que te han oprimido; te pido perdón por tantos vínculos y por tantos apegos de las criaturas, las cuales han añadido nuevas sogas y cadenas a tu santísimo cuello; te prometo que cada vez que me sienta turbado por algún apego, deseo o afecto que no sea solamente para ti, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

Jesús mío, beso tus hombros santísimos y te suplico que nos perdones tantas satisfacciones ilícitas, tantos pecados que hemos cometido con los cinco sentidos de nuestro cuerpo; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de tomarme algún placer o alguna satisfacción que no sea para tu gloria, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

Jesús mío, beso tu pecho santísimo y te pido perdón por tantas frialdades, indiferencias, tibiezas e ingratitudes horribles que recibes de parte de las criaturas; te prometo que cada vez que sienta que me estoy enfriando en el amor, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

Jesús mío, beso tus sacratísimas manos; te pido perdón por todas las obras malas o indiferentes, por tantos actos envenenados por el amor propio y la propia estima; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de no obrar solamente por amor a ti, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

Jesús mío, beso tus santísimos pies y te suplico que nos perdones por tantos pasos y tantos caminos recorridos sin haber tenido una recta intención, por tantos que se alejan de ti para ir en busca de placeres mundanos; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de separarme de ti, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os encomiendo el alma mía! ».

¡Oh Jesús!, beso tu Sacratísimo Corazón y quiero encerrar en él junto con mi alma a todas las almas redimidas por ti, para que todas se salven, sin excluir a ninguna.

¡Oh Jesús!, enciérrame en tu Corazón y cierra sus puertas, de manera que ya no pueda ver nada fuera de ti; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de querer salirme de tu Corazón, gritaré inmediatamente: « ¡Jesús, María, os entrego mi corazón y mi alma! ».

 

Reflexiones y prácticas.

Jesús está ardiendo de sed, y nosotros, ¿ardemos también de amor por él? Nuestros pensamientos, nuestros afectos, ¿tienen siempre la finalidad de quitarle su sed ardiente?

No pudiendo Jesús seguir aguantando la sed que lo consumó, dijo: « ¡Todo está consumado! ». De manera que Jesús se consumó totalmente por nosotros, y nosotros, ¿tratamos de consumarnos por amor a Jesús en todo? Cada acto, cada palabra y cada pensamiento conducían a Jesús hacia la consumación, y así cada uno de nuestros actos, de nuestras palabras y de nuestros pensamientos, ¿nos impulsan a consumarnos por amor a Jesús?

« ¡Oh Jesús!, dulce Vida mía, que tu aliento consumado sople siempre en mi corazón para poder recibir el sello de tu consumación ».

Jesús sobre la cruz, le da cumplimiento en todo a la Voluntad del Padre y expira en un acto perfecto de abandono a su Santísima Voluntad. Y nosotros, ¿cumplimos en todo la Voluntad de Dios? ¿Nos abandonamos perfectamente a su Voluntad sin mirar si recibimos bien o mal, felices únicamente de hallarnos abandonados en sus brazos santísimos? ¿Morimos continuamente a nosotros mismos por amor a Jesús? ¿Podemos decir que aunque estemos viviendo ya no vivimos, que estamos muertos para todo, vivos solamente para vivir, no nuestra vida, sino la de Jesús mismo? Es decir, todo lo que hacemos, lo que pensamos, lo que deseamos y lo que amamos, ¿es una llamada a vivir la vida de Jesús, para hacer que mueran nuestras palabras, nuestros pasos, nuestros deseos y nuestros pensamientos totalmente en Jesús?

« ¡Oh Jesús mío!, que mi muerte sea una muerte continua por amor a ti y que cada muerte que sufra sea una vida que pueda darle a todas las almas ».