De las 7 a las 8 de la tarde

La Cena Legal


¡Oh Jesús!, llegando al Cenáculo con tus amados discípulos te pones a cenar con ellos.

¡Qué dulzura, qué afabilidad muestras en toda tu divina persona abajándote a tomar por última vez el alimento material! ¡Todo en ti es amor! También aquí no solamente reparas los pecados de gula, sino que obtienes además la santificación del alimento, y así como éste se convierte en fuerza para el cuerpo, obtienes también para nosotros la santidad hasta para las cosas más bajas, y comunes y corrientes que hagamos.

Jesús, vida mía, tu mirada dulce y penetrante parece indagar a todos tus apóstoles, y hasta en el acto de tomar alimento tu Corazón queda traspasado al ver a tus amados apóstoles débiles y vacilantes todavía, sobre todo al pérfido Judas que ya ha puesto un pie en el infierno. Y tú, en el fondo de tu Corazón, dices amargamente:

« ¿Cuál es la utilidad de mi sangre? ¡He aquí un alma tan beneficiada por mí, perdida para siempre! ».

Y con tus ojos resplandecientes de luz lo miras como queriendo hacer que comprenda el gran mal cometido. Pero tu caridad suprema te pide que soportes este dolor y que no se lo manifiestes ni siquiera a tus amados discípulos.

Y mientras sufres amargamente por Judas, tu Corazón se llena de alegría al ver a tu izquierda a tu amado discípulo Juan, y no pudiendo contener más tu amor por él, lo atraes dulcemente hacia ti y haces que apoye su cabeza sobre tu Corazón haciéndole sentir el paraíso por adelantado.

Es en esta hora solemne en la que en estos dos discípulos están representados los dos pueblos: el réprobo y el elegido. El réprobo en Judas que ya siente el infierno en su corazón, y el elegido en Juan que en ti reposa y goza. ¡Oh dulce Bien mío, también yo me pongo a tu lado y junto con tu amado discípulo quiero apoyar mi cabeza cansada sobre tu Corazón adorable y pedirte que también a mí me hagas sentir sobre esta tierra las delicias del cielo, para que cautivado por las dulces armonías de tu Corazón, la tierra para mí ya no sea tierra, sino cielo!

Pero en medio de esas armonías dulcísimas y divinas siento que se te escapan del Corazón dolorosos latidos: ¡Son las almas perdidas! ¡Oh Jesús, no permitas que se pierdan más almas! Haz que cada latido de tu Corazón fluya en los suyos y les haga sentir los latidos de la vida del cielo, así como lo siente tu amado discípulo Juan y que atraídas por la suavidad y la dulzura de tu amor puedan rendirse todas a ti.

¡Oh Jesús!, mientras me quedo en tu Corazón, dame también a mí, así como les diste a tus apóstoles, el alimento de tu Divina Voluntad, el alimento de tu amor, el alimento de tu divina palabra, y jamás, ¡oh Jesús mío!, me niegues este alimento que tú mismo tanto deseas darme, para que puedas formar en mí tu misma vida.

Dulce Bien mío, mientras estoy a tu lado, me doy cuenta de que lo que estás comiendo junto con tus amados apóstoles es un cordero. Sí, es precisamente el cordero que te representa; y así como en este cordero no queda ningún humor vital por la fuerza del fuego, también tú, que eres el Cordero Místico y que por las criaturas debes consumirte totalmente por la fuerza de tu amor, no te quedarás ni siquiera con una gota de tu sangre, derramándola toda por amor nuestro. De manera que nada de lo que haces deja de representar a lo vivo tu dolorosísima pasión, teniéndola siempre presente en tu mente, en tu Corazón, en todo; y eso me enseña, que si yo también tuviera siempre presente en mi mente y en mi corazón el recuerdo de tu pasión, jamás me negarías el alimento de tu amor.

¡Cuánto te doy gracias, oh Jesús mío! No pasas por alto ni un solo acto en el que no me tengas presente y en el que además no quieras hacerme algún bien especial. Por eso, te suplico que tu pasión esté siempre en mi mente, en mi corazón, en mis miradas, en mis pasos y en mis obras, para que a donde quiera que vaya, dentro y fuera de mí, te encuentre siempre presente para mí, y tú dame la gracia de que yo jamás olvide lo que haz hecho y sufrido por mí, y que ésta sea como un imán que, atrayendo todo mi ser hacía ti, me impida el poder volver a alejarme de ti. Así sea.

 

Reflexiones y prácticas.

Antes de empezar a comer, unamos nuestras intenciones a las de nuestro bien amado Jesús, imaginándonos que la boca de Jesús es la nuestra, y que movemos nuestros labios y nuestras mejillas junto con las suyas.

Haciendo esto, no solamente atraeremos a nosotros la vida de Jesús, sino que nos uniremos a él para darle al Padre toda la gloria, la alabanza, el amor, la acción de gracias y la reparación que todas las criaturas deberían darle y que Jesús hizo por nosotros en este acto al tomar los alimentos.

Imaginémonos también estar a su lado cuando estamos sentados en la mesa, y que cada vez que lo miramos, le pedimos que divida con nosotros un bocado, besamos la orilla de su manto, contemplamos cómo se mueven sus labios, sus ojos celestiales o nos damos cuenta de cómo por momentos empalidece su amabilísimo rostro al prever tantas ingratitudes humanas.

Así como Jesús durante la cena estaba hablando de su pasión, también nosotros, cuando estemos comiendo haremos alguna reflexión de cómo hemos estado haciendo las Horas de la Pasión. Los ángeles están siempre pendientes sobre nosotros para recoger nuestras oraciones y nuestras reparaciones y llevarlas a la presencia del Padre, tal como hacían cuando Jesús estuvo sobre la tierra, para mitigar de algún modo su justa indignación por todas las ofensas que recibe de parte de las criaturas. Y cuando hacemos oración, ¿podemos decir que los ángeles están contentos, que hemos estado recogidos y reverentes, de modo que ellos puedan llevar al cielo con gozo nuestras oraciones, así como llevaban las de Jesús?, o más bien, ¿los hemos entristecido?

Mientras Jesús comía, al ver a Judas que se iba a perder, se le rompía el Corazón por el dolor, y en Judas veía a todas las almas que se iban a perder, y puesto que no hubo cosa que más lo hiciera sufrir que la perdición de las almas, no pudiendo contenerse, atrajo hacia su Corazón a Juan para en él hallar alivio. Así también nosotros, como Juan, estaremos siempre cerca de él, compadeciéndolo en todos sus sufrimientos, dándole alivio y haciéndolo reposar en nuestros corazones; también haremos nuestras sus penas, nos fundiremos en él, y así sentiremos los latidos de su Corazón Divino traspasado por la perdición de las almas. Le daremos los latidos de nuestro corazón para sanar sus heridas, y dentro de esas heridas pondremos a las almas que quieren condenarse para que se conviertan y se salven.

Cada latido del Corazón de Jesús es un « te amo » que repercute en cada latido del corazón de las criaturas y que quisiera encerrarlas a todas en su Corazón para sentirse correspondido por sus latidos, pero el buen Jesús no es correspondido por tantas almas y sus latidos quedan como sofocados y amargados. Pidámosle a Jesús que selle nuestros latidos con su « te amo » para que nuestro corazón pueda también vivir la vida de su Corazón y que repercutiendo en el corazón de las criaturas, las obligue a decir: « ¡Te amo, oh Jesús! ».

Es más, nos fundiremos en él y nos hará sentir su « te amo ». Es tan inmenso el « te amo » de Jesús, que los cielos y la tierra están llenos de él, circula en los santos, desciende al purgatorio; todos los corazones de las criaturas han sido tocados por el « te amo » de Jesús y hasta los mismos elementos sienten vida nueva, de modo que todos experimentan sus efectos.

Y Jesús, hasta en el respiro se siente como sofocado por la perdición de las almas; así que nosotros le daremos nuestro respiro de amor para confortarlo, y tomando su respiro, tocaremos a las almas que se apartan de sus brazos para darles la vida de su respiro divino, para que en vez de huir, puedan regresar a él y vivir todavía más unidos a él.

Y cuando nos sintamos en pena, sintiendo fatiga al respirar, pensemos entonces en Jesús, que en su respiro contiene el respiro de todas las criaturas: también él, cuando un alma se pierde, siente como que le falta el respiro; por eso nosotros, pongamos nuestro respiro fatigoso y penante en el respiro de Jesús para darle alivio y con nuestro dolor corramos en busca del pecador para obligarlo a que se encierre en el Corazón de Jesús.

« Amado Bien mío, que mi respiro sea un grito constante a cada respiro de las criaturas que las obligue a encerrarse en tu respiro divino ».

La primera palabra que Jesús amante dijo sobre la cruz fue la palabra del perdón, para disculpar ante el Padre a todas las almas y para hacer que su justicia se transformara en misericordia. Nosotros le ofreceremos todos nuestros actos para pedir disculpa en favor de los pecadores, para que enternecido por nuestra petición de perdón, ningún alma pueda irse al infierno. Haremos la guardia junto con él a los corazones de las criaturas, para que nadie lo ofenda.

Dejaremos que desahogue su amor aceptando de buena gana todo lo que disponga de nosotros: frialdades, durezas, oscuridades, opresiones, tentaciones, distracciones, calumnias, enfermedades y cualquier otra cosa, para confortarlo por todo lo que recibe de parte de las criaturas. No es solamente con el amor que Jesús se desahoga con las almas, sino que también muchas veces, cuando siente el frío de las criaturas, busca un alma a la cual hacerle sentir su frío y así desahogarse con ella, y si el alma lo acepta, se siente reanimado de todas las frialdades de las criaturas y este frío será como un guardia que cuide el corazón de las almas para hacer que Jesús sea amado por ellas.

Otras veces Jesús siente la dureza de los corazones en el suyo y, no pudiéndola contener, quiere desahogarse y viene a nosotros y con su Corazón toca el nuestro, participándonos parte de su pena y nosotros haciendo nuestra su pena, la pondremos alrededor del corazón del pecador, para ablandar su dureza de corazón y conducirlo a Jesús.

« Mi bien amado Jesús, tú sufres tanto por la perdición de las almas, y yo, para compadecerte, pongo a tu disposición todo mi ser; tomaré sobre mí tus penas y las penas de todos los pecadores y así te daré un alivio y al pecador lo dejaré abrazado a ti ».

« ¡Oh Jesús mío, haz que todo mi ser se derrita de amor, para que se convierta en un alivio continuo para ti y endulce todas tus amarguras! ».

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